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domingo, 16 de octubre de 2022

Pasaje a América, 1750

 

http://eyewitnesstohistory.com/passage.htm

 

Pasaje a América, 1750

 

A fines del siglo XVII, aproximadamente 200.000 personas habitaban las colonias británicas en América del Norte. El siglo siguiente vio una explosión de su número con la población duplicándose cada 25 años. La mayoría de estos nuevos inmigrantes eran escoceses-irlandeses, alemanes o esclavos africanos. Entre 1700 y el comienzo de la Revolución Americana, aproximadamente 250.000 africanos, 210.000 europeos y 50.000 convictos[1] habían llegado a las costas de las colonias.

El pasaje a América era traicionero desde cualquier punto de vista. Muchos de los inmigrantes eran demasiado pobres para pagar el viaje y por lo tanto eran contratados por colonos más ricos -vendiendo sus servicios durante un período de años a cambio del precio del pasaje-. Apiñados en un pequeño barco de madera, rodando y balanceándose a merced del mar, los viajeros -hombres, mujeres y niños- soportaban adversidades inimaginables para nosotros hoy en día. Miseria era la descripción más común de una travesía que por lo general duraba siete semanas.

 

"Pocos de estos escapan con vida".

Gottleb Mittelberger era un maestro de órgano[2] y maestro de escuela que dejó uno de los pequeños estados alemanes en mayo de 1750 para dirigirse hacia América. Llegó al puerto de Filadelfia el 10 de octubre. Representa a los miles de alemanes que se asentaron en Pennsylvania durante este período. Regresó a su tierra natal en 1754. Su diario fue publicado en este país en 1898:

 

"...durante el viaje hay a bordo de estos barcos terribles desgracias, hedor[3], vapores, miedo, vómitos, muchas clases de mareos, fiebre, disentería[4], dolor de cabeza, calor, estreñimiento, forúnculos[5], escorbuto[6], cáncer, caries, y otras cosas por el estilo, todo lo cual está causado por los alimentos y la carne que están pasados y muy salados, también por el agua muy mala y nauseabunda[7], así que muchos mueren miserablemente.

Añádase a esta falta de provisiones el hambre, la sed, las heladas, el calor, la humedad, las preocupaciones, la escasez, los sufrimientos y los lamentos, junto con otras molestias, como por ejemplo que los piojos abundan tan espantosamente, especialmente en los enfermos, que se pueden raspar del cuerpo. Las desgracias llegan a su clímax[8] cuando una tempestad ruge durante dos o tres días y noches, de modo que todos creen que el barco se irá a pique con todos los seres humanos a bordo. En ese momento la gente llora y reza muy lastimosamente.

Nadie puede imaginarse los sufrimientos que las mujeres pariendo tienen que soportar con sus hijos inocentes a bordo de estos barcos. Pocos de estas escapan con vida; muchas veces una madre es arrojada al agua con su hijo en cuanto está muerta. Un día, justo cuando teníamos una tempestad fuerte, una mujer en nuestro barco, que iba a parir y no podía dadas las circunstancias, fue empujada a través de un ojo de buey[9] del barco y arrojada al mar, porque ella estaba lejos en la popa del barco y no podían llevarla a la proa.

Los niños de uno a siete años rara vez sobreviven a la travesía; y a menudo los padres se ven obligados a ver a sus hijos sufrir miserablemente y morir de hambre, sed y enfermedades, y luego verlos arrojados al agua. Presencié tal miseria en no menos de treinta y dos niños en nuestro barco, todos los cuales fueron arrojados al mar. Los padres se apenan aún más porque sus hijos no encuentran un lugar de descanso en la tierra, sino que son devorados por los monstruos marinos. Es un hecho destacable que los niños que aún no han tenido sarampión o viruela generalmente los cogen a bordo del barco, y generalmente mueren a causa de ellos.

Cuando los barcos han atracado en Filadelfia después de su larga travesía, a nadie se le permite dejarlos excepto a aquellos que pagan su pasaje o pueden dar una buena fianza; los demás, que no pueden pagar, deben permanecer a bordo de los barcos hasta que sean comprados y son liberados de los barcos por sus compradores. A los enfermos siempre les va peor, pues naturalmente se prefiere a los sanos y son comprados primero; y así los enfermos y miserables a menudo deben permanecer a bordo frente a la ciudad durante dos o tres semanas, y con frecuencia mueren, mientras que si uno pudiera pagar su deuda y se le permitiera abandonar el barco de inmediato, podría recuperarse y seguir vivo.

La venta de seres humanos en el mercado a bordo del barco se lleva a cabo de la siguiente manera: todos los días vienen ingleses, holandeses y alemanes meridionales[10] desde la ciudad de Filadelfia y otros lugares, en parte desde una gran distancia, digamos veinte, treinta o cuarenta horas de viaje, y suben a bordo del barco recién llegado que ha traído y ofrece a la venta pasajeros de Europa, y eligen entre las personas sanas a las que consideran adecuadas para su negocio, y negocian con ellas cuánto tiempo durará su servicio a cambio del dinero del pasaje, que todavía deben la mayoría de ellos. Cuando han llegado a un acuerdo, sucede que los adultos se obligan por escrito a servir tres, cuatro, cinco o seis años por la cantidad adeudada por ellos, según su edad y fuerza. Pero los muy jóvenes, de los diez a los quince años, deben servir hasta los veintiún años.

Muchos padres deben vender y cambiar a sus hijos como si fueran cabezas de ganado, porque si sus hijos toman la deuda sobre ellos, los padres pueden dejar el barco libres y sin restricciones; pero como los padres a menudo no saben a dónde ni a qué gente van sus hijos, sucede a menudo que tales padres e hijos, después de abandonar el barco, no se vuelven a ver durante muchos años, quizás para el resto de sus vidas.

A menudo ocurre que familias enteras, marido, mujer e hijos, son separados al ser vendidos a diferentes compradores, especialmente cuando no han pagado nada del dinero del pasaje.

Cuando el marido o la mujer han muerto en el mar, cuando el barco ha hecho más de la mitad de su viaje, el sobreviviente debe pagar o servir no sólo por sí mismo, sino también por el difunto. Cuando ambos padres han muerto por la mitad del mar, sus hijos, especialmente cuando son jóvenes y no tienen nada para empeñar o pagar, deben hacerse cargo de su pasaje y el de sus padres, y servir hasta que tengan veintiún años. Cuando uno ha servido el tiempo acordado, él o ella tiene derecho a ropas nuevas al irse; y si así ha sido estipulado, un hombre recibe además un caballo, una mujer, una vaca".



[1] Un convicto es un delincuente condenado. En el siglo XVIII, en el Reino Unido, los delitos menores se castigaban con la pena de prisión y, para ahorrarse los gastos del encarcelamiento, el gobierno británico enviaba a los delincuentes convictos a América a trabajar. Tras la independencia de las Trece Colonias los convictos británicos se enviaron a la isla de Australia.

[2] En el siglo XVIII un maestro de órgano tocaba y cuidaba ese instrumento, que estaba presente en casi todas las iglesias europeas. Ese oficio estaba mejor pagado que el de maestro de escuela.

[3] El hedor es un olor desagradable.

[4] La disentería es una inflamación del intestino que produce mucha diarrea acompañada de sangre. La persona que lo sufre puede morir por deshidratación.

[5] Un forúnculo es un grano lleno de pus.

[6] El escorbuto es una enfermedad provocada por la falta de vitamina C cuyo principal síntoma es que sangran las encías y se caen los dientes.

[7] Nauseabundo es un sinónimo de apestoso. Provoca náuseas.

[8] Punto más alto o momento más importante de un proceso.

[9] Un ojo de buey es una ventana circular propia de los barcos.

[10] Los alemanes meridionales son los del sur de su país. El adjetivo para el norte es septentrional, para el sur meridional, para el este oriental y para el oeste occidental.

martes, 5 de julio de 2022

El príncipe de Nicolás Maquiavelo

 

Capítulo XVIII - DE QUÉ MODO LOS PRÍNCIPES DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS

   Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas.

   Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre. Esto es lo que los antiguos escritores enseñaron a los príncipes de un modo velado cuando dijeron que Aquiles y muchos otros de los príncipes antiguos fueron confiados al centauro Quirón para que los criara y educase. Lo cual significa que, como el preceptor es mitad bestia y mitad hombre, un príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, y que una no puede durar mucho tiempo sin la otra.

   De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades del león demuestran poca experiencia. Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer.

Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no la observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos. Nunca faltaron a un príncipe razones legítimas para disfrazar la inobservancia. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltos inútiles por la infidelidad de los príncipes. Que el que mejor ha sabido ser zorro, ése ha triunfado. Pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.

   No quiero callar uno de los ejemplos contemporáneos. Alejandro VI nunca hizo ni pensó en otra cosa que en engañar a los hombres, y siempre halló oportunidad para hacerlo. Jamás hubo hombre que prometiese con tal desparpajo ni que hiciera tantos juramentos sin cumplir ninguno; y, sin embargo, los engaños siempre le salieron a pedir de boca, porque conocía bien esta parte del mundo.

   No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, útil. Está bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso, y asimismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Y ha de tenerse presente que un príncipe, y sobre todo un príncipe nuevo, no puede observar todas las cosas gracias a las cuales los hombres son considerados buenos, porque, a menudo, para conservarse en el poder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión. Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal.

   Por todo esto, un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le brote nunca de los labios algo que no esté empapado de las cinco virtudes citadas, y de que, al verlo y oírlo, parezca la clemencia, la fe, la rectitud y la religión mismas, sobre todo esta última. Pues los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque todos pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que parece ser, mas pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado. Y en las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse. Un príncipe de estos tiempos, a quien no es oportuno nombrar, jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enemigo acérrimo de ambas, ya que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras.

Quesnay

 

François QUESNAY, Fisiocracia o Gobierno de la Naturaleza, 1768

 

Nunca dejen de tener presente, ni el soberano ni la nación, que la tierra es la única fuente de riquezas, y que la agricultura es la que las multiplica. Pues el aumento de la riqueza afianza el de la población; los hombres y las riquezas hacen prosperar la agricultura, amplían el comercio, vivifican la industria, aumentan y perpetúan las riquezas. De esta fuente copiosa depende el buen éxito de todas las partes de la administración del reino.

Asegúrese a sus legítimos poseedores la propiedad de los bienes raíces y de las riquezas muebles, pues la seguridad de la propiedad es el fundamento esencial del orden económico de la sociedad. Sin la certidumbre de la propiedad, el territorio permanecería inculto. No habría propietarios ni arrendadores que hiciesen los gastos necesarios para darles valor y cultivarla si no se asegurase la conservación de los bienes y de los frutos a quienes hacen las inversiones necesarias para dichos gastos. La seguridad de la posesión permanente es la que estimula el trabajo y la inversión de riquezas en la mejora y cultivo de los terrenos y en las empresas industriales y comerciales. Únicamente la potestad soberana asegura la propiedad de los súbditos y posee un derecho originario a participar de los frutos de la tierra, fuente única de las riquezas.

La nación que tuviere un territorio grande que cultivar y facilidad para ejercer mucho comercio de productos de la tierra, no emplee demasiado dinero y hombres en las manufacturas y en el comercio de lujo, con detrimento de los trabajos y gastos de la agricultura, pues, ante todo y sobre todo, el reino debe estar muy poblado de agricultores ricos.

Manténgase intangible la libertad de comercio; pues la política de comercio externo e interno más exacta, más segura, más provechosa para la nación y el Estado consiste en la plena libertad de competencia.
No se haga tanto hincapié en el aumento de población cuanto en el incremento de los ingresos; pues la mayor holgura que traen consigo los ingresos cuantiosos es preferible a las apremiantes necesidades de manutención que exige una población excesiva con relación a los ingresos, y hallándose el pueblo en la holgura, hay más recursos para las necesidades del Estado y también más medios para hacer medrar la agricultura.
Evite el Estado los préstamos que forman rentas financieras, pues le cargan de deudas devoradoras y ocasionan un comercio o tráfico de capitales, mediante documentos negociables, cuyo descuento acrecienta cada vez más las fortunas pecuniarias estériles. Tales fortunas desvían de la agricultura a los capitalistas y privan al campo de las riquezas necesarias para la mejora de los bienes raíces y la explotación del cultivo de la tierra.

 

1. Clasificación del texto
a) Señala cuál es la naturaleza del texto. ¿Qué significa el título del libro?
b) ¿Quién es el autor? ¿Dentro de qué corriente intelectual se enmarca?
c) Encuadra la fecha (reinado, tipo de régimen político, etc.).
2. Definición de las ideas
a) ¿Cuál es la idea o ideas principales?
b) ¿Cuáles son las ideas secundarias? Explica brevemente el significado de estas ideas.
3. Encuadre histórico
a) ¿Cuáles son los antecedentes de esta teoría económica?
b) ¿Cuál es el objetivo último de la fisiocracia? ¿En qué aspectos es una teoría revolucionaria?
c) ¿Cuándo llegará al poder? ¿Qué transformaciones producirá?
4. Comentario
a) ¿A quiénes critica el autor? ¿Por qué?
b) ¿Con qué sistema político identificas esta teoría? ¿Por qué no evitará las revoluciones burguesas?
c) ¿Sobre qué corriente económica será muy influyente la fisiocracia?
d) Sintetiza las conclusiones a las que hayas llegado con este comentario de texto.

 

 

viernes, 15 de marzo de 2019

Una propuesta modesta (1729)

https://rosamariaartal.com/2010/09/21/una-modesta-proposicion/


Una modesta proposición:

Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean

una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público

[Sátira - Texto completo.]

Jonathan Swift

Dublín, Irlanda, 1729

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.

El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.

Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.

Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.

Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.

He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.

Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.

Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.

En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.

Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.

Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.

Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.

He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.

En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.

Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.

Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.

Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.

Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.

Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.

Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.

Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.

No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.

Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.

Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.

Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.


Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público (1729) de Jonathan Swift[1]

“Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente[2] en España, o se venden a sí mismos en las Barbados[3].

Creo que todos los partidos[4] están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta, en el deplorable estado actual del reino, un perjuicio adicional muy grande; y, por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del Estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que, de hecho, son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

[…]

Propondré ahora, por lo tanto, humildemente, mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en una fricasea[5] o un ragú[6].

[…]

He calculado que, como término medio, un niño recién nacido pesará doce libras[7], y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho[8].

Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres[9], parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos más niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas[10] entre nosotros…”



[1] Jonathan Swift fue un sacerdote anglicano nacido de padres ingleses en Irlanda que vivió en Dublín. Cuando publicó este ensayo tenía sesenta y dos años. Tres años antes había publicado Los viajes de Gulliver.

[2] Jacobo III era hijo del rey de Inglaterra Jacobo II. La dinastía Estuardo, a la que pertenecían ambos, fue expulsada del trono inglés a finales del siglo XVII. En la primera mitad del siglo XVIII intentaron recuperar el trono mediante revueltas de sus partidarios apoyadas por las potencias católicas (Francia y España).

[3] Además del comercio de esclavos entre África y América existió hasta finales del siglo XVIII un comercio de siervos entre Europa y América. Miles de europeos se vendían a sí mismos como siervos para poder pagarse el viaje al Nuevo Mundo. Se comprometían a trabajar gratis por un número de años sin abandonar a quien les pagase el pasaje. Las Barbados son unas islas del Caribe que fueron colonias británicas.

[4] En la Inglaterra del siglo XVIII existía un parlamento independiente del rey que hacía las leyes. El derecho al voto se limitaba a la población más rica. Los dos principales partidos eran los tories (principalmente miembros de la aristocracia terrateniente que respaldaban el poder del rey) y los whigs (principalmente burgueses que se dedicaban al comercio y que deseaban reducir el poder del rey).

[5] Guisado que se hacía de carne ya cocida, friéndola con manteca y sazonándola con especias, y se servía sobre rebanadas de pan. La palabra proviene de la francesa fricassée.

[6] Guiso de carne con patatas y verduras. La palabra proviene de la francesa ragout.

[7] Unos seis kilos.

[8] Unos catorce kilos.

[9] Aquí Swift ironiza con la situación de Irlanda sometida a la Corona inglesa. Desde mediados del siglo XVII toda la tierra irlandesa pertenecía a unos miles de familias protestantes de origen inglés y escocés. La inmensa mayoría de la población eran campesinos católicos irlandeses que trabajaban las tierras en régimen de arrendamiento pagando elevadas rentas.

[10] En el siglo XVIII, aunque Gran Bretaña era un país con un parlamento y una carta de derechos individuales, el Bill of Rights, no existía ni la democracia ni la igualdad legal. El sufragio estaba reservado a los ricos y los derechos a la población protestante. Los católicos eran súbditos de segunda clase sospechosos de traición por su fidelidad al papa de Roma, que era gobernante de un país extranjero.