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jueves, 10 de octubre de 2024

Detienen a tres empresarios agrícolas por explotar

 https://www.publico.es/sociedad/detienen-tres-empresarios-agricolas-explotar-migrantes-granada.html

 

Detienen a tres empresarios agrícolas por explotar a migrantes en Granada

 

Agencia EFE, 9 de octubre de 2024

 

La Policía Nacional ha detenido en Granada a tres empresarios agrícolas por explotación laboral contra 15 trabajadores migrantes que, sin permisos de residencia y trabajo, realizaban labores agrícolas en jornadas de diez horas al día por salarios más bajos de los estipulados y sin cotizar en la Seguridad Social.

Se trata de dos hombres de 42 y 50 años y una mujer de 47 de nacionalidad española. Son propietarios de fincas agrícolas, ubicadas en la zona de la Alpujarra, donde se empleaban las víctimas, ha informado la Policía Nacional.

La operación, denominada Mecinas y llevada a cabo en colaboración con la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, se inició el pasado mes de agosto tras conocerse la situación de las víctimas en varias fincas agrícolas de Granada, cuyos propietarios se aprovechaban de las condiciones de trabajo establecidas para obtener grandes beneficios económicos.

Esta actividad ilícita proporcionaba a los empresarios agrícolas importantes beneficios, dado que ni abonaban el salario íntegro establecido ni realizaban las correspondientes cotizaciones sociales y de Seguridad Social de sus trabajadores.

En el mismo operativo, los agentes detuvieron a los tres empresarios propietarios de las fincas. El resultado de la investigación ya se ha comunicado a la autoridad judicial, según ha detallado la Policía.

sábado, 1 de agosto de 2020

Y tú, ¿de qué clase media eres?

 https://blogs.publico.es/otrasmiradas/67502/y-tu-de-que-clase-media-eres/

lunes, 14 de octubre de 2019

Ejercicios del tema 1 Anaya 4º ESO

https://diario16plus.com/analisis/cuando-se-deja-creer-en-prensa-no-se-calla-poder-se-refuerza_508322_102.html

Cuando se deja de creer en la prensa, no se calla el poder, se refuerza

Eva Maldonado, 13 de mayo de 2025, diario16plus.com

 

Decir que “no me creo nada” puede sonar a escepticismo lúcido. Pero si se abandona por completo la confianza en el periodismo, lo que queda es ruido, manipulación y la ley del más fuerte. La crítica no debe volverse ceguera.

Vivimos en un momento paradójico: nunca antes habíamos tenido acceso a tanta información, a tantas fuentes, a tantos datos para intentar comprender el mundo… y, sin embargo, una parte creciente de la sociedad ha dejado de confiar en quienes se dedican profesionalmente a informarla. Frases como "todos los medios mienten" se han convertido en eslóganes cotidianos, repetidos en redes sociales, foros digitales y conversaciones privadas, donde la desconfianza se comparte, se refuerza y se extiende.

Esta desafección no es un fenómeno anecdótico. Es un síntoma profundo de la crisis de confianza institucional, de una saturación de contenidos que no siempre ayudan a entender y, sobre todo, del auge de un relativismo extremo que cuestiona incluso la posibilidad de que algo sea objetivamente cierto. Ya no se discute tanto sobre qué es verdad, sino sobre si acaso existe algo que lo sea. Y en ese terreno, resbaladizo y emocional, es fácil que triunfe una forma de escepticismo total: “todo está manipulado”, “todos los medios obedecen a intereses”, “mejor no creerse nada”.

Este tipo de actitud, aunque comprensible, es también profundamente peligrosa. No solo por caer en una generalización injusta, sino porque borra la diferencia fundamental entre hechos, opiniones e interpretaciones. Al hacerlo, no solo nos volvemos más desconfiados, sino también más desorientados. Y en ese vacío, ganan otros.

Desconfiar de todo no nos hace más libres, sino más manejables

Es legítimo cuestionar a los medios. De hecho, es necesario. Exigir rigor, pluralidad, responsabilidad y transparencia es un derecho democrático. Pero afirmar que todos mienten, que todos manipulan por igual, es no querer distinguir. Y cuando se renuncia a distinguir, se renuncia a pensar. Porque si nada es creíble, todo es igual de irrelevante. Y si todo es irrelevante, cualquiera puede imponer su versión.

¿Quién se beneficia de ese clima de sospecha permanente? Desde luego, no la ciudadanía. Ganan, por ejemplo, los poderes políticos y económicos que prefieren operar sin el incómodo escrutinio público. Si nadie cree en la prensa, nadie investiga, nadie denuncia, nadie exige rendición de cuentas. El silencio informativo no incomoda al poder: lo protege.

También ganan quienes alimentan la desinformación. Los creadores de bulos, los gurús del vídeo viral, los que venden teorías de la conspiración disfrazadas de “verdades ocultas”. Esos actores prosperan cuando los medios pierden legitimidad, porque ocupan el espacio dejado por la prensa desacreditada. Pero a diferencia del periodismo, no responden ante ningún código ético, ni rectifican, ni se hacen responsables. Solo buscan mantener cautiva a una audiencia fiel, indignada y crédula.

Y en tercer lugar, ganan las grandes plataformas digitales, cuyo negocio se basa en la polarización. Sus algoritmos no promueven contenidos veraces, sino los que generan más clics, reacciones o conflicto. Por eso, cuanto más dudamos de los medios y más confiamos en el vídeo que “nadie quiere que veas”, más crecen ellas, y más pierden los hechos contrastados.

No todo es mentira: los hechos siguen existiendo

Conviene recordarlo con claridad: no todo es mentira. No todos los medios manipulan. No todo lo que circula es falso. Siguen existiendo datos objetivos, hechos contrastables, periodismo riguroso y profesionales que hacen su trabajo con ética, en condiciones cada vez más difíciles: "Dato mata relato".

Decir que “todo está comprado” o “ya no se puede creer en nada” no es pensamiento crítico: es pereza disfrazada de lucidez. Porque el verdadero pensamiento crítico implica esfuerzo: contrastar fuentes, leer con atención, distinguir entre información y opinión, y asumir que, a veces, los hechos contradicen nuestras creencias.

Cuando se informa que una ley ha sido aprobada con cierta votación, eso no es una interpretación: es un dato verificable. Cuando un organismo científico publica cifras sobre cambio climático, eso no es ideología: es resultado de una medición técnica. El mundo está lleno de hechos, y aunque puedan ser interpretados desde distintas perspectivas, no desaparecen solo porque el entorno esté polarizado.

Es cierto que los medios cometen errores, que hay líneas editoriales discutibles, que existen sesgos. Pero nada de eso justifica tirar por la borda el valor del periodismo en su conjunto. Lo importante no es creer sin cuestionar, sino aprender a discriminar entre medios serios y fuentes dudosas, entre lo contrastado y lo emocionalmente manipulador.

Porque cuando decimos que todos los medios mienten, en el fondo estamos bajando los brazos. Estamos renunciando a buscar la verdad, a informarnos mejor, a construir una conversación pública basada en hechos. Lo que queda entonces no es una sociedad más libre, sino más ruidosa, más volátil, más vulnerable. Y ahí, el que tiene más poder, más dinero o más altavoz, impone su relato. Confiar en los hechos no es ingenuidad: es una necesidad democrática. Sin verdad compartida, solo queda ruido. Y en el ruido, no gana quien tiene razón. Gana quien grita más fuerte.

 


domingo, 3 de diciembre de 2017

Anatomía de un deshaucio

https://www.publico.es/sociedad/alla-manu-tenorio-alimentan-medios-monstruo-okupacion-silencian-desahucios.html#analytics-noticia:relacionada

Anatomía de un desahucio: cuando la fortuna es estar acompañado

Guillermo Martínez, 23 octubre 2024, lamarea.com

 

Aurora tiene 79 años. Desde los cuatro ha vivido en Getafe, y hace apenas un mes la echaron de su casa, en el paseo Pablo Iglesias, sin poder ni siquiera coger su bolso. El pasado 16 de septiembre, un despliegue policial le dio los «buenos días». Ese fue el punto de inflexión en un proceso que todavía sigue vivo. Por el momento, tanto ella como los dos hijos con los que convivía intentan rehacer su vida en un piso que han alquilado a un primo.

Semanas después del desahucio, con la tenue tranquilidad que da el haber superado el tormento, son todavía más conscientes de que han tenido suerte, que había alternativa habitacional. Saben, también, que no siempre sucede eso, que muchas personas mayores que están solas no reciben el apoyo que la familia de Aurora ha tenido desde el principio.

“Mi madre siempre ha vivido en esa misma calle de Getafe, aunque en diferentes viviendas. En 2015 entramos a un piso grande, con cuatro dormitorios y pagábamos 450 euros de alquiler”, cuenta su hija Lola, periodista de 50 años. Parecía que las cosas marchaban, a pesar de que el casero estaba dejando que los pisos se vinieran abajo poco a poco.

“El nuestro casi era el que en mejores condiciones estaba. Por ejemplo, al del primero se le llenaba el baño de agua cada vez que se duchaba el del segundo”, ilustra Lola. De repente, el propietario del edificio comunicó a los inquilinos que les subiría el alquiler. “Poco después nos envió un burofax advirtiendo de que nos teníamos que ir y, a finales de septiembre de 2022, nos demandó a todos los inquilinos por finalización de contrato”, añade.

Poco a poco fueron saliendo los juicios. Entre tanto, una empresa de desocupación se paseó por la finca. “Entraban con su llave en el portal y llamaban al timbre de las casas y nos decían que el piso era suyo y que teníamos que salir”, rememora la periodista. En abril de 2023 llegó el momento de dirimir lo sucedido ante la Justicia. “Justo ese mes, una nueva empresa compró la finca, así que trasladaron el juicio a octubre”, apunta la hija de Aurora. En esos momentos, en el edificio tan solo resistían su familia y otra en el primer piso.

En enero de 2024 salió la sentencia. De nuevo, un duro varapalo se cernió sobre ellos. Aun así, resistieron en su casa. “Aunque llegamos a negociar que nos vendieran el inmueble, lo que nos pedían era algo imposible para nosotros. Querían que en la misma semana firmáramos las arras por 20.000 euros”, critica Lola. A todo esto, el abogado no les había avisado de que el alzamiento se produciría el 11 de septiembre, como sí hizo el propietario a través de un mensaje de WhatsApp. “Pensábamos que sí nos darían un aplazamiento, pero no lo hicieron. Un día antes del alzamiento, recibimos un auto judicial que nos lo denegaba”, concretiza Lola.

 

Una vida entera tras una puerta cerrada

Finalmente, consiguieron una pequeña prórroga. Por eso, el 16 de septiembre apareció la zona acordonada por la Policía Nacional, lo que impidió que en torno a unas 30 personas y activistas del movimiento por la vivienda pudieran acompañar a la familia. “Fue un despliegue brutal. Trajeron hasta cuatro furgones de antidisturbios. Ni siquiera dejaron pasar a la abogada de vivienda del Ayuntamiento”, rememora la comunicadora.

Todo pasó muy rápido. Demasiado rápido para que cualquier persona pudiera digerir lo que estaba ocurriendo. “Yo no pude ni coger el bolso. Llamaron a casa, abrí, y me dijeron que me tenía que marchar. Se quedaron muchas cosas dentro”, relata Aurora, la madre. Lola pudo acercarse al día siguiente a recoger otros tantos enseres que se habían quedado en la vivienda. Repitió la operación unas semanas después, cuando un vecino la avisó de que un camión se estaba llevando lo que quedaba de su casa.

“Nunca me había sentido tan desprotegida como ciudadana. Nadie que no haya pasado por algo así podría llegar a entenderlo, porque el nivel de violencia por parte del sistema ha sido muy alto”, señala Lola. De hecho, afirma que esta situación que se ha alargado dos años ha llegado a sacar una parte de ella que desconocía tener, “una parte de cierta violencia como autodefensa”, en sus propias palabras. Por otro lado, también remarca que el “cariño brutal de la gente” la ha sostenido a ella y su madre durante todo este tiempo.

 

Ni lógico ni humano

Aurora habla con una voz fina, tersada por los 79 años de experiencia que corren por sus manos. “Yo nací en Illescas, en Toledo, y llegué a Getafe con cuatro años. Aquí me casé y tuve a mis hijos”, comienza su relato. “Desde que me dijeron que tenía que dejar mi casa vivo como en una nube. Todo ha pasado tan deprisa que ahora tengo que adaptarme a una vida casi nueva”, cuenta.

La situación ha hecho que Aurora viva en un nerviosismo y una incertidumbre constante que solo ahora, cuando se puede relajar y el peor trago del proceso ya ha pasado, puede comenzar a aliviar. “Estaba mi hijo durmiendo, y de repente dieron unos golpes en la puerta que no eran los normales. Abrí y vi tal despliegue policial que me asusté”, cuenta sobre los inicios de aquel 16 de septiembre que siempre quedará en su memoria.

“Enseguida entraron dos funcionarios. Me metían mucha prisa y yo no sabía ni qué tenía que coger, así que salí hasta sin el bolso, ni documentación ni nada. Me terminaron sacando de mi casa dos policías que me agarraban del brazo”, continúa. Aurora se emociona al recordar aquellos intensos momentos. “Es que esto no lo veo lógico, ni humano. Es algo por lo que no tendría que pasar nadie, y menos gente con menos suerte que nosotros que no tiene a dónde ir”, dice con lágrimas en los ojos.

Esta mujer que cumplirá 80 años el próximo enero siempre se ha dedicado a limpiar casas, antes y después de separarse de su marido. La parroquia de San Eugenio, en la plaza General Palacios de Getafe, es una pequeña escapatoria que encuentra a diario desde hace unas dos décadas. No le gusta estar sentada viendo la televisión, repite una y otra vez. “Soy la sacristana y, bueno, allí mando un poco”, explica con cierto gracejo. “Estar por ahí y quedarme a cargo de cerrar la iglesia y ese tipo de cosas me ha levantado la moral. Ahí tengo a mis amigas y la gente me cuida. Solo falté estos días del desahucio, que no estaba yo para moverme demasiado. Yo no dije nada a nadie, eh. Solo lo sabían los curas”, prosigue.

 

Un futuro por construir, juntos

Por el momento, Lola se centra en relajarse y poder vehicular toda la tensión que ha padecido en estos dos últimos meses. “Todavía lloro, y lloro mucho, porque me acuerdo de las cosas que no he podido recuperar y que yo misma he visto cómo tiraban”, dice. “Es una especie de violación en la que juegan con tu intimidad de una manera impresionante”, añade.

En estos momentos, la madre y los dos hermanos que convivían en el Paseo de Pablo Iglesias continúan juntos en una casa que les alquila un primo. “Yo ahora duermo con mi madre porque no he podido ni montar mi habitación. Para empezar, hay que comprar un colchón y un somier, y eso ya es un dinero”, agrega Lola.

Aurora, por su parte, también se está haciendo a su nueva vivienda. “Jamás pensé que me vería en una situación así, ni que existía el tipo de gente que a mí me echó de mi casa. Quizá sea una ignorante, pero nunca llegué a imaginarme que hubiera personas que pudieran actuar de esa forma”, afirma. A pesar del trance, tanto madre como hija coinciden en que la situación sí estuvo rodeada por un halo de esperanza: el que insuflaban todas las personas que las acompañaron, desde aquellas que mostraron su apoyo el primer día hasta las últimas que pusieron sus cuerpos al día que la Policía Nacional llamó a su puerta.


miércoles, 8 de marzo de 2017

Testimonio de los "piratas" de la emigración

TALLER DE CULTURA ANDALUZA N. º 2.12

Testimonio de los “piratas” de la emigración

Un grupo de trabajadores de la construcción, que emigraron hacia Alemania de forma clandestina, nos relatan algunas de sus incidencias y dificultades durante su estancia en dicho país.

Éstos, que tuvieron que vivir su condición de “trabajadores ocultos”, nos dicen las ventajas e inconvenientes que les supuso esta situación.

- Nosotros, en el año setenta y uno, estuvimos en Alemania sobre cien o ciento cincuenta personas del pueblo, que habíamos entrado clandestinamente, pues pasamos la frontera como turistas y estábamos trabajando. Buscamos a un contratista, que por regla general eran italianos, y nos dio un trabajo, como allí se dice, de “piratas”, sin derechos de ninguna clase: nada más ajustábamos la hora a tantos marcos y echábamos una cantidad de horas que luego nos liquidaba y asunto terminado.

- ¿Por qué no os fuisteis por medio del IEE?

- En ese año había muy pocos contratos de trabajo por medio del IEE, aparte que se cobraba muy poco, porque en ese tiempo se estaba cobrando alrededor de 900 marcos al mes en cualquier fábrica o en la construcción, y los que estábamos así (“libres”) podíamos sacar de cuatrocientos cincuenta a seiscientos marcos los que éramos albañiles y de trescientos a trescientos cincuenta los peones; esto por semana.

- Y si os cogía la policía, ¿qué pasaba?

- Nos metían en la cárcel hasta que se presentara el cónsul. Había que llamarlo, que respondiese y que viniese a ver lo que pasaba; entonces nos mandaban para España con el billete pagado hasta Barcelona o Madrid. Además venía un policía alemán conduciendo la expedición hasta una de estas capitales y luego te dejaban ahí sin más ni más. Además, si tenías algún dinero la policía te lo quitaba allí, en Alemania, y se han dado casos de personas de estar hasta tres meses en la cárcel de Alemania porque el cónsul no aparecía.

- ¿Qué peripecias habéis tenido que sufrir para poder pasar clandestinamente la frontera como emigrantes?

- Había muchos que contaban con los enlaces; precisamente han sido los que siempre han acabado peor, porque se presentaban como grupo, y no es lo mismo pasar por la frontera dos o tres que, como quiso un enlace, pasar a dieciocho en un tren sin saber de alemán ni de francés y, además, en las condiciones en que iban: esto en seguida lo notaba la Policía Belga y ésta misma se lo comunicaba a la alemana, y al llegar a la frontera les ponían el sello negro del retorno y ya con eso no podían entrar en Alemania. Entonces tenían muchos problemas, pues se tenían que colar por los pinchos, les echaban los perros y a algunos los cogía la Policía en la misma carretera y los volvía para Bélgica. Otros se han quedado cinco o seis días tratando de pasar clandestinamente y se han quedado sin dinero y sin poder ni entrar en Alemania ni regresar para España.

Nosotros, particularmente, no hemos tenido nunca problemas para pasar la frontera, puesto que lo hacíamos en grupos de dos o tres personas.

- ¿Qué problemas más grandes habéis encontrado con este tipo de emigración?

- Aparte del idioma, que ya es un problemón, el buscar un conocido que te pusiera en contacto con los contratistas para que nos diesen trabajo, pues hubo épocas, como fue en el mil novecientos setenta y uno, que cualquiera era contratista, pero después ya la Policía empezó a atacar más y muchos de estos contratistas fueron desapareciendo y sólo quedaron los más fuertes, los que tenían más dinero, y entonces necesitábamos eso, uno que enlazara con ellos. Entonces, los problemas eran primero las condiciones de trabajo y después la vivienda.

- ¿A qué os referís al decir las condiciones de trabajo?

- Que los trabajos son los peores; digamos, los que los alemanes no quieren.

- ¿De qué trabajabais?

- La mayoría de albañiles, y este problema no nos afectaba mucho, pues coges el palastre y a poner ladrillos; peor el que trabaja de peón sí, porque tenía que hacer cualquier trabajo y aceptar las condiciones que le proponía el contratista, que era “el mínimo en sueldo y el máximo en trabajo”, y el horario de trabajo era “mientras más, mejor”. Era la opinión general, es decir, que si en vez de echar diez horas trabajabas once, mejor, y como se iba por temporada y se temía que la Policía la hiciera más corta todavía, lo que se intentaba era aprovechar al máximo el tiempo de trabajo, por si la Policía te cogía que se tuviese enviado algo ya a la familia, puesto que si lo hacen a la semana de estar allí te dejan destruido por completo , pues si llevas un dinero prestado, ya no sólo tenías las “trampas” que dejaste antes de irte, sino que además la de haber pedido dinero para poder regresar; por eso se aceptaban las condiciones que fueran…

Cuando se llevaba ya algunos meses, entonces podías ya exigir algo a los contratistas: por ejemplo, que la pensión la pagaran ellos o que te subieran un marco o medio marco más en el sueldo.

La cuestión de la vivienda a los albañiles normalmente (es decir, los que trabajábamos con el palastre), por regla general, nos pagaba la pensión el contratista; pero los peones, a pesar de que ganaban menos, se tenían que pagar la pensión, las cuales también eran clandestinas, pues en Alemania en cualquier sitio tiene que dar el dueño una nota indicando la gente que tienen hospedada; como esto no se podía hacer, se alquilaban clandestinamente las habitaciones y los dueños se aprovechaban y cobraban más todavía. Si normalmente uno que estaba legalmente pagaba sesenta marcos, a nosotros nos cobraban de ciento cincuenta a doscientos marcos.

Lo que hacían generalmente con los peones era pagarles la mitad o meterlos en casas fuera de la ciudad, en el campo, que estaban en muy malas condiciones, para que fuesen más baratas, y además pagaba una parte el contratista; bueno, decía que la pagaban, pues ellos ya la tenían alquilada por un año para otros, y si normalmente en cualquier residencia pagaban doscientos marcos y les decían a los peones:”yo pongo cien marcos y tú pones otros cien”. Resulta que nosotros tuvimos ocasión de enterarnos de ese asunto y supimos que a un contratista no le costaba doscientos marcos, sino sesenta, y además en una habitación de ésta metían a tres o cuatro personas o las camas que cupiesen, mediante literas.

- ¿Esta situación crearía graves problemas además de los antes expuestos?

- Nosotros, el año mil novecientos setenta y uno, tuvimos que cambiar dieciocho veces de residencia, debido a la persecución de la Policía, y de éstas sólo tuvimos dos que se pudiera decir que estaban medio bien, es decir, habitables; las demás eran “cámaras”, como nosotros les llamábamos. Por otra parte, si nos poníamos enfermos teníamos que correr con todos los riesgos, pues no teníamos derecho a nada. Lo que pasaba es que, como a los contratistas a veces les amenazábamos con ir a la Policía si no nos socorrían cuando estábamos enfermos, tenían que ceder.

Por otra parte, como éramos muchos de Málaga y Granada, últimamente había también de Córdoba, entonces, como casi todos los que se iban eran de pueblos muy cercanos o se conocían bastante, si un contratista, cuando uno se ponía malo, no se quería hacer cargo, los compañeros le amenazaban con dejarle el trabajo, y como los contratistas se llevaban de cierto veinte y ciento cincuenta marcos de cada obrero, les interesaba pagarle al enfermo por lo menos los gastos y darle para que tuviese la comida asegurada los días que estuviese malo, para que los otros no se fueran, puesto que con lo que le daba a uno de los que estaba trabajando tenía para pagar los gastos de enfermedad; éste era uno de los medios que teníamos nosotros para hacer presión si nos accidentábamos o caíamos enfermos: la solidaridad.

Aunque esto era cuando se rompía alguno un hueso o una cosa parecida, puesto que cuando la cosa era grave, como uno que se mató, desapareció el contratista y estuvo cinco o seis días el cadáver que no se tenían datos de él; este chico era yugoslavo, que también suele haber muchos “piratas”… Nadie sabía de dónde era ni nada.

Y la última vez que estuvimos también pasó algo igual con otro yugoslavo que era encofrador. Le cayó una cercha de madera encima y se mató; entonces se buscó a unos compañeros que lo pudieran identificar; si no, se entierra allí y nadie se entera de nada…

O sea que hay bastantes problemas con los que trabajamos de esta forma.

 

Testimonio de unos vendimiadores temporeros en Francia

Hemos charlado con un grupo de trabajadores que han vuelto de la vendimia: Antonio, Silvia, Rafael, Encarnación y Ramón participan de una forma espontánea sobre el tema.

Sus intervenciones tratan de reflejar el panorama que acaban de vivir durante estos días de trabajo.

- ¿Cuánto tiempo habéis estado en la vendimia?

- Cuarenta y dos días, y solamente nos pagaron las horas que echamos, con un descuento de un siete y medio por ciento de la Seguridad Social de las horas laborales normales.

- ¿Fuiste por vuestra cuenta?

-No, mediante un contrato que le pedimos a uno del pueblo que estaba en contacto con el patrón; entonces se le escribió y éste mandó el contrato.

- ¿Cómo fuisteis?

- Hasta Granada en autocar, y como ahí no quedaba tren seguimos la ruta hasta el mismo Figueras.

- ¿Cuántos días tardasteis en llegar a la frontera?

- Dos días.

- ¿De qué pueblo de Málaga iba más gente?

- De Alameda: de allí iban lo menos seis o siete autocares. En el pueblo se había quedado sólo los viejos para cuidar a los niños y los enfermos, y los niños que se quedaban eran de cinco años para abajo, los más mayores los llevaban para trabajar. Iban familias enteras.

- ¿Os hicieron el reconocimiento médico en la frontera?

- El reconocimiento lo estaban haciendo allí, pero como había salido la orden de que se podía hacer en el pueblo, nosotros nos lo hicimos aquí; además, nos interesaba porque mi mujer (indica Rafael) estaba embarazada de tres meses y por esto podrían poner pegas en la frontera, aunque el contrato hace referencia sólo a embarazo avanzado. A una amiga nuestra que estaba de cuarenta y tantos días la iban a volver para atrás de la frontera. Le dijeron al marido: ”A ésta la puedes llevar a pasear por las viñas“, y le mandaron un recado al patrón para que esa mujer no trabajara en la vendimia.

- Mientras estabais en la frontera, ¿presenciasteis cómo se desenvolvían los reconocimientos médicos?

- Cuando llegamos a la frontera había del orden de nueve o diez mil personas. Allí estaban entregando las convocatorias, y el que había pasado el reconocimiento en el médico de cabecera de la Seguridad Social entrega el papel que le habían dado y pasaba. Estaban acumulados en una parte de allí y por los altavoces anunciaban los nombres de cada uno para que pasasen a recoger el visado y el contrato, y un papel que se recoge allí con los derechos o parte de los derechos de lo que se debe aceptar y lo que no y las direcciones de algunos cónsules. Entonces termina esta faena y sales a toda la carrera para ver quién coge el tren, de esos que ya no se ven mucho. En la estación esta de Figueras no hay nadie ordenando la entrada en el tren, pero al salir de Irún entonces sí que hay ya para pasar a Francia. Sales del tren (o sea, un desencajonamiento), un policía aquí, otro más allá, formando un túnel, lo pasas y entonces te metes en los trenes especiales.

- ¿Especiales para bien?

- Por la radio lo escuchamos como que eran trenes especiales para bueno, pero cuando llegamos allí vimos que eran tan especiales que eran de los que no circulaban ya, creemos que no circulaban ni para la mercancía, y después tuvimos que ir sentados en las maletas en los pasillos, porque no tenían ni asientos…

- Cuando llegasteis al pueblo, ¿estaban allí los patrones esperando?

- No, cuando llegamos a Petruis tuvimos que llamar al patrón por el teléfono de la estación, el cual no respondió porque nadie cogía el teléfono, y entonces uno de los patrones que había venido a recoger a sus trabajadores pasaba cerca de donde vivía el nuestro, y éste fue el que le dio el recado de que estábamos allí y vino el hijo del patrón a recogernos.

- ¿Cuántos ibais a trabajar con este patrón?

- Del pueblo íbamos seis, lo que pasa es que se accidentó uno y entonces fuimos cinco.

- ¿Hablaba el patrón español?

- No. Lo que ocurre es que uno de los que iba con nosotros se defendía algo en francés, pues lleva ya doce años yendo a la vendimia con ese patrón.

- ¿Y el hospedaje cómo estaba?

- La casa en que nosotros estuvimos no estaba mal, pero sin lavabos y sin ducha. Era una habitación con dos camas y el water estaba compartido con las otras habitaciones. Y ésta era una de las mejores que había allí.

- ¿La comida la teníais que preparar vosotros?

- En el contrato teníamos puesto que nos daban las patatas y el vino, y si hay otras cosas, como el tomate y ajos, también, pero que ya no está dentro del contrato.

- ¿Cómo os arreglabais para cocinar?

- El trabajo empezaba a las siete de la mañana, veníamos a las doce y teníamos hora y media para cocinar y comer, aunque lo normal era una hora; a pesar de esto nos venía apretado el tiempo. Cuando teníamos que comprar nos llevaba el patrón a Pertuis a un supermercado; cuando nos quedábamos sin nada y si nos faltaba algo pequeño, como el pan, aceite, etcétera, lo comprábamos en una pequeña tienda que había en el pueblo, que era mucho más cara y se aprovechaba subiendo los precios de los artículos en un cuarenta o sesenta por ciento.

Otras veces nos preparábamos la comida por la noche y así no teníamos que venir a cocinar; comíamos en el mismo trabajo y de esta forma podíamos echar una hora más de trabajo.

- ¿Descansabais los domingos?

- No, solamente el día que llueve, y en gran cantidad, y, por tanto, no se trabaja y no se cobra. Lo que ocurre es que el patrón te marca el ritmo de trabajo; con uno de nosotros hubo un problema, pues decía el patrón que era muy lento y que tenía que trabajar más rápido, que no se podía hablar ni cantar. Otros patrones lo que hacían era separar a los españoles, poniéndole a cada uno en viñas distintas o le intercalaban un francés.

Allí hubo un problema con uno que dijo que no se hospedaba en la vivienda, pues ésta no se adaptaba a las condiciones que el contrato le decía; tuvieron que andar rápido buscando otra vivienda, y tampoco la encontraron: al final lo hospedaron en casa de un español.

Un problema que hubo muy desagradable en un pueblo de al lado fue un señor que había ido a trabajar a la vendimia, este hombre era de Valencia, y entonces tuvo una crisis nerviosa; total, que lo mandaron para España, lo metieron en el tren y lo enviaron solo para acá; a los quince días se tuvo noticia de la mujer, que reclamaba a ver porque el marido no le escribía. Meter un hombre sin saber francés, sin condiciones mentales para viajar en un vagón y decirle: “anda, vete para España”; cuando este hombre llegó a un sitio donde tenía que hacer un trasbordo, no pudo y se perdió: no llegamos a saber nada de él.

- En el viaje de regreso, ¿qué os pagaron?

- Hasta la frontera el cuarenta por ciento, y de ésta hasta la casa el veinticinco por ciento. Es decir, que te pagan hasta Barcelona y después piensan que te vengas andando; claro, al ir para allá, como les interesa que llegues pronto, te pagan todo el viaje; después ya les has servido…

- ¿Y si el otoño se presenta lluvioso?

- Allí ha habido familias que han tenido que poner dinero de su bolsillo porque se les presentó la temporada lluvia, porque si iban cinco de la familia, con la lluvia, no trabajaron más que tres; a la hora de ajustar las cuentas de trabajo, pues les sale poco, y algunos han tenido que pedir dinero prestado para poder regresar.

- ¿Cuál es el principal motivo por el que habéis ido a la vendimia?

- Si a la vendimia se va es por la necesidad, es porque llevábamos seis meses en el paro y estábamos desesperados.

- Hay por ahí un escritor que dice que el andaluz emigra por aventura, ¿qué opinas al respecto?

- Ese escritor podría verse con una cuadrilla de chiquillos y que lleve un año o año y medio en paro, como amigos que tenemos aquí en Málaga, a ver si se emigra por aventura o por necesidad, o porque se puede dar una vueltecita por el extranjero…

 

La vivienda de los emigrantes en Europa

Es uno de los aspectos más escandalosos de la estancia del emigrante. Con distintos nombres (según el idioma), pero con condiciones similares, los trabajadores viven en barracas, pabellones, cuartos de alquiler, etc., en un estado inhumano y pagando elevados alquileres.

Las denominadas “residencias” suelen ser habilitadas por las empresas, cuyo principal objetivo no es más que tener al trabajador más cerca de la fábrica y, por tanto, más controlado. Generalmente suelen estar emplazadas junto al centro de producción, es decir, alejadas de los centros urbanos. Con esta medida los empresarios obtienen ciertas ventajas, y es que parte del dinero que pagan en salarios vuelve a ingresar en concepto de arrendamiento.

El material con que están construidas estas “residencias” suele ser el típico de barracones o pabellones. A veces son edificios viejos e incluso, en algunos casos, se ha llegado a utilizar como viviendas barcos que ya estaban imposibilitados para navegar.

El “paternalismo” de la patronal llega a alcanzar su mayor grado cuando a los trabajadores se les imponen, además, las condiciones de vida: fijación de visitas, prohibida la entrada de visitantes, llamar la atención por llegar tarde, prohibir a los inquilinos que se lleven comida a los cuartos, vigilar a los obreros que están de baja si realmente están enfermos, etcétera.

Por supuesto, las condiciones urbanísticas no suelen ser más favorables que en el interior de dichos pabellones o barracas: alumbrado insuficiente, carencia de alcantarillado, pocas comunicaciones con el mundo exterior a la empresa, etcétera.

Cuando el hospedaje se realiza en pensiones particulares, los medios de habitabilidad notan cierta mejoría, a costa, eso sí, de alquileres más caros. En éstas se suelen alojar a gran número de emigrantes de condiciones que para los nativos serían inadmisibles. El negocio resulta mayor si la renta se multiplica por tres o cuatro. De esta forma se llega a situaciones de hacinamiento en que los dormitorios se encuentran llenos de camas o literas y en que las instalaciones sanitarias no guardan ninguna relación con el número de inquilinos.

Las mujeres que trabajan en el servicio doméstico suelen dormir en alguna habitación que los dueños de la casa le proporcionan para tal fin y que, en cierta forma, guardará algún calor familiar, que no hará más que recordar permanentemente el que se dejó allá en su tierra.

Cuando es el caso del matrimonio, el problema se agrava, ya que se tienen que meter a veces a alquilar pisos en situaciones casi ruinosas o a pagar alquileres sumamente elevados que les permita poder tener al menos cierta intimidad.

Se han dado casos en que, por necesidades económicas, el esposo estaba viviendo en la residencia donde trabaja y la esposa en la casa donde realiza las tareas domésticas; no hay que decir los problemas que esta situación ha supuesto para el matrimonio.

 

EL TIEMPO LIBRE

El ocio, que ocupa un papel importante como relajador de tensiones en las sociedades modernas, no es disfrutado por los emigrantes, que, debido al agotamiento, al tiempo dedicado a escribir a los familiares, las tareas domésticas, etc., se ven imposibilitados para poder “cultivar el espíritu”. La falta de medios económico le impedirá, además, tener acceso a ciertas parcelas de la cultura. Por otra parte, no hay que olvidar que su deseo es regresar, lo que también le frenará ciertas posibilidades de integración social.

El tocadiscos, el cassette y la radio le suministrarán las canciones cargadas de tópicos y mal llamadas “canción española”, con abundante falso patriotismo y exaltación de unos adulterados valores propios; seguirá cumpliendo la función de control ideológico, que en algunos casos quedó interrumpido al salir del país.

 

LA SITUACIÓN LABORAL

El hecho de poder permanecer durante unas semanas en el pueblo o en la barriada de la ciudad con un flamante automóvil, ante la envidia o admiración de sus antiguos compañeros o vecinos, no saldará las numerosas horas de trabajo realizadas para adquirirlo. Hoy en día esta estampa no causa sensación, por razones obvias, pero en los pasados años sesenta sí que tenía efectividad.

Si el emigrante conseguía desprenderse de parte de sus ahorros para realizar alguna compra de importancia, generalmente iba destinada a este medio de transporte. Evidentemente, existen una serie de razones para tal actitud. El automóvil mejoraba la posibilidad de venir de vacaciones y, por otra parte, reflejaba una cierta forma de “triunfo” por parte de los trabajadores, al mostrar a sus paisanos que se había elevado por encima del estado de miseria en que ellos se encontraban.

Detrás de estas vacaciones habrán quedado unas agotadoras jornadas de trabajo, unas condiciones de existencia duras y una serie de problemas que, a pesar de su reverso de “confortabilidad” manifestado con los típicos artículos de la sociedad consumista, no es cuestión de dejar de lado. 

La emigración, que de por sí es una forma de alineación (sobre todo cuando se produce por razones económicas), alcanza su máximo exponente cuando ésta se materializa en las relaciones de producción. 

La contratación, cuando se realiza mediante un escrito (dado que el trabajador, para permanecer en cualquier país, tiene que tener dos permisos: el de residencia y el de trabajador, y este último se justifica con el primero), se suele realizar en condiciones más bajas y peor remuneradas que el trabajador nativo.

En cuanto a la organización de la producción, el emigrante será el “peón” de adaptación a cualquier sección, según la exigencia de la misma.

 

La noche de los generales, escena de la fábrica
Coyotes en México, enlace de inmigrantes ilegales
"piratas", ilegales, sin papeles
Emigrantes turcos en Alemania
Piso patera, sistema de camas calientes

viernes, 7 de octubre de 2016

No creas

No creas

Jonathan Martínez, 26 de marzo de 2025

publico.es

 

El 4 de febrero de 1977, Adriana Calvo cayó por el deslizadero de todas sus desgracias. Era profesora de Física en la Universidad Nacional de La Plata y vivía en Tolosa, en un barrio arbolado de casitas bajas a una hora y media en coche de Buenos Aires. Estaba embarazada de siete meses y había explicado a sus dos hijos que muy pronto tendrían una hermanita, una pequeña compañera de juegos. Pero aquel viernes de todos los demonios, un comando de hombres armados entró como un vendaval en su casa.

Mientras uno de ellos la interrogaba, los demás se movían por los cuartos con un estrépito de allanamiento y buscaban en los cajones no se sabe bien qué cosas. La metieron en un coche entre promesas tranquilizadoras, no hay motivo para alarmarse, esto no es más que una comprobación rutinaria. Sin embargo, no bien encendieron el motor, le envolvieron la cabeza con una capucha y la arrojaron al suelo del vehículo para que nadie pudiera verla a través de las ventanillas. Ahí empezaron las amenazas.

Tras un viaje breve por el centro de la ciudad de La Plata, la condujeron a través de un portón metálico, la esposaron, le pusieron una venda en los ojos y la sentaron en una silla dentro de una habitación donde se escuchaban los suspiros de otros detenidos. En la noche hubo traslados. La transportaron en coche por caminos secundarios y la sentaron en el suelo de otras dependencias junto al resto de arrestados. Una voz espectral pasó revista y Adriana descubrió que también su marido estaba allí retenido. Lo llamó pero la hicieron callar con una bofetada.

Al rato llegaron los mandos militares y comenzaron las preguntas, los gritos de espanto, los golpes que rompían el aire, el zumbido eléctrico de la picana, el burbujeo del submarino mojado, la asfixia entrecortada del submarino seco. Después de haber oído los ecos del dolor ajeno, Adriana entendió que le tocaba el turno. La zarandearon, la insultaron, la apalearon, te vamos a reventar, no salís más de acá, a tus hijos no los ves más, tormentos que se repitieron noche tras noche en una semana infinita con sus siete infinitos días.

La tenían alojada en un cubil irrespirable junto a otras cuatro mujeres. Todos los días llegaban detenidos nuevos y se repetía el viejo ritual de los malos tratos. Adriana reconoció la voz de Jorge Omar Bonafini, su mejor alumno en la facultad, y supo que lo habían torturado sin descanso. Pero sobre todo, conoció a Patricia Huchansky. La había visto regresar del interrogatorio con la boca tumefacta, los pechos heridos y la vagina sangrante. Durante el tiempo en que compartieron mazmorra, Adriana y Patricia se convirtieron en uña y carne.

Fue más tarde, en la Comisaría 5.ª de La Plata, cuando pudo considerarse ya prisionera entre prisioneros que vivían sometidos a un régimen raquítico de caldo con patatas y dormían almacenados sin manta ni colchón en medio de un hedor sofocante. Adriana iba a recordar muchos años después el parto de Inés Ortega. Tenía dieciséis años. Se la llevaron a otra estancia y no tardaron en resonar los llantos de un bebé que se llamaría Leonardo. Inés Ortega desapareció. Al bebé se lo tragó la tierra.

Adriana debió de sufrir un pálpito de mal agüero cuando sintió sus primeras contracciones. La sacaron de allí acostada en el asiento trasero de un coche patrulla, con los ojos vendados y las manos amarradas a la espalda. El conductor y el copiloto le decían que la iban a matar y que iban a matar al bebé. Iban a toda velocidad camino de quién sabe dónde. Entre sudores de mareo, Adriana se bajó a duras penas las bragas y apretó hasta que la pequeña Teresa salió y quedó colgada del cordón umbilical y tirada en el suelo del auto.

Pasaron varias horas hasta que le permitieron abrazar a la niña ya en un edificio que reconoció como el Pozo de Banfield, un centro de detención, tortura y exterminio donde operaba la Brigada de Investigaciones. La tumbaron sobre una camilla. El doctor Jorge Bergés le retiró por fin la venda y le arrancó la placenta para arrojarla al suelo. Ella pudo ver los rostros de los hombres que reían y la increpaban con palabras gruesas y la obligaban a limpiar el desastre y a recoger la placenta mientras la niña lloraba de frío sobre una encimera.

Por primera vez en mucho tiempo, Adriana durmió en una cama. Luego fue a parar a una celda compartida y se reencontró con Patricia Huchansky. La inmundicia era severa. Las presas orinaban en una botella de lejía que los guardias rara vez vaciaban. Allí supo de María Eloísa Castellini, que había dado a luz tendida en el suelo del pasillo. Y allí también conoció a Silvia Mabel Isabella Valenzi. Había estado secuestrada en el Pozo de Quilmes y le habían robado a su recién nacido en un hospital público sin que nadie hubiera dado parte a la familia.

A Adriana terminaron por abrirle el calabozo y le ofrecieron la libertad con la condición de que no contara nada, de que cerrara la boca si no quería que la trajeran de vuelta al mismo infierno, salga del país, váyase a Alemania mañana mismo con su familia antes de que sea tarde. La soltaron cerca de la casa de sus padres, no mirés para atrás o te matamos. En camisón y sandalias, caminó tres cuadras con la niña en brazos, ambas llenas de piojos, y llamó a la puerta de sus padres. Iban a pasar casi diez años antes de que prestara testimonio, este testimonio, durante el juicio contra las Juntas Militares.

Ahora el Gobierno argentino difunde un vídeo que minimiza la dictadura con pretextos antiterroristas. No cuentes nada, le dijeron a Adriana. No creas nada, nos dicen ahora los sicarios de Milei. No creas que Patricia Huchansky jamás fue vuelta a ver con vida. No creas que Silvia Mabel Isabella Valenzi y su hija continúan desaparecidas. No creas a los familiares que aún hoy buscan a Jorge Omar Bonafini. No creas a Adriana Calvo, que en el pozo más negro de su desgracia se hizo la promesa de luchar todo el resto de su vida para que hoy, frente a toda una dinastía de tiranos, sigan existiendo la memoria, la verdad y la justicia en Argentina.


martes, 20 de octubre de 2015