lunes, 8 de mayo de 2023

La política agresiva de Japón, Alemania e Italia en los años treinta

La política expansionista de Japón en los años treinta del siglo XX

Para entender la política agresiva de Japón durante el siglo XX hay que retroceder al comienzo de su industrialización.

Desde que Japón entró en contacto con las potencias occidentales el año 1853 su gobierno fue consciente de su debilidad frente al exterior por su atraso económico y militar. Ello provocó la revolución Meiji comenzada en 1868. Esta revolución consistió en una modernización económica, social y política de del país. Esta modernización fue impulsada desde el gobierno y, en algunos aspectos, fue más aparente que real; así, aunque Japón se convirtió teóricamente en una monarquía parlamentaria, lo cierto es que el emperador, más allá de ser el jefe del estado, tenía también una gran influencia política sobre los gobiernos.

La incorporación de Japón a la Segunda Revolución Industrial se hizo a pesar de las dificultades planteadas por la escasez de materias primas en el archipiélago nipón.

Cuando la transformación económica y social se consolidó, el gobierno japonés se incorporó a la carrera imperialista iniciada por las potencias occidentales. El gobierno japonés centró su interés en Corea, país vecino que ya había invadido en el siglo XVI. La península coreana, aliada del Imperio chino, era vista como una prolongación natural de Japón que podría proporcionar materias primas, mano de obra barata y mercados para sus productos.

La guerra chino-japonesa (1894-1895) fue rápida gracias a la superioridad tecnológica del ejército japonés y con ella el Imperio japonés no sólo incorporó Corea a su territorio, sino que se introdujo en la economía china junto al resto de las potencias coloniales.

La victoria de Japón en esa guerra lo puso en contacto con el Imperio ruso, que se extendía por las regiones septentrionales del Imperio chino (Manchuria). El choque entre ambas potencias se debió a la competencia por dominar esas regiones y sus recursos, y también fue una lucha ideológica en la que se contraponía el desprecio europeo a las “razas inferiores” frente al deseo de Japón de presentarse como otro país desarrollado en nada inferior a los occidentales.

La victoria nipona en la Guerra ruso-japonesa (1904-1905) se debió en gran parte a la gran distancia entre los escenarios de los combates y la Rusia europea (al oeste de los Urales), de donde procedían las tropas, las municiones y el equipamiento de las tropas rusas.

La victoria de Japón no supuso una gran expansión territorial debido a la intervención de las potencias colonizadoras, especialmente los Estados Unidos, que actuaron como mediadoras en el conflicto para conseguir la paz.

Durante la Primera Guerra Mundial el Imperio japonés se unió a los aliados para arrebatar a Alemania sus colonias en Asia y el Pacífico. En los años veinte se benefició igualmente de la expansión económica mundial.

La crisis de 1929 golpeó a Japón con más fuerza que a otros estados industrializados por la falta de materias primas del país y lo reducido de su imperio colonial. Además, la población japonesa había crecido de manera constante durante las décadas anteriores, por ello a la crisis económica se unió la sobrepoblación.

Consecuencia de la crisis económica y social fue una crisis política que debilitó el sistema parlamentario y reforzó el papel político del ejército japonés. Una facción del mismo era favorable a la expansión sobre territorio chino.

Tras la Guerra chino-japonesa el gobierno imperial de China se fue debilitando hasta que en 1912 la monarquía fue sustituida por una república, pero los intentos de democratizar el país fracasaron por la escasa industrialización y la intervención de las potencias colonizadoras en los asuntos internos de china. Finalmente, estalló una guerra civil entre varias facciones que acabó dando lugar desde 1927 a un enfrentamiento entre el Partido Comunista Chino y el gobierno nacionalista de derechas.

A esa debilidad política y militar china se le unió la situación de la URSS, heredera del Imperio ruso, que en ese momento no participaba en la política internacional.  Lo anterior favoreció la intervención japonesa que en 1931 invadió Manchuria y la convirtió en el estado títere de Manchukuo.

Las críticas a la actitud agresiva de Japón llevó a su abandono de la Sociedad de Naciones voluntariamente en 1935, y en 1936 firmó el Pacto Antikomintern aliándose con la Alemania nazi, como una forma de reforzar su papel internacional.

Aunque la incorporación de Manchuria al Imperio japonés le permitió a éste acceder a más recursos y facilitó la emigración de la población sobrante fuera del archipiélago nipón, no acabó con su crisis económica, así que los militares insistieron en su política agresiva y finalmente, en 1937, invadieron China.

A pesar de su superioridad tecnológica Japón no consiguió una rápida victoria. Por un lado los nacionalistas y los comunistas chinos se unieron contra los invasores. Por otro lado la enorme población y tamaño de China hacía difícil el avance japonés, en tercer lugar los chinos recibieron ayuda militar y política del exterior.

Para desmoralizar a los chinos el ejército japonés desarrolló una violencia extrema; así, durante la llamada “Violación de Nankín”, en 1937, los soldados japoneses mataron a sangre fría a más de 100.000 civiles chinos en esa ciudad.

Las sanciones económicas contra Japón, que redujeron la llegada de materias primas, especialmente el petróleo procedente de Estados Unidos, llevaron a un empeoramiento de la crisis económica en el país, y a que el gobierno y el ejército japoneses  planearan la ocupación de las colonias occidentales en Asia, desprotegidas desde 1939 por la guerra en Europa. Así es como Japón entró en la Segunda Guerra Mundial en 1941 y la Guerra chino-japonesa pasó a ser una parte del conflicto planetario.

La política expansionista de Alemania en los años treinta del siglo XX

La política expansionista de Hitler comenzó como una rectificación del Tratado de Versalles que había puesto fin a la Primera Guerra Mundial, para luego convertirse en una expansión dirigida a cumplir con sus planes de construir una “Gran Alemania”, un estado que incluyera a todos los alemanes étnicos, y un imperio territorial que proporcionase el Lebensraum, el “espacio vital” necesario para proporcionar los alimentos y materias primas necesarias para la economía alemana. Ese Lebensraum debería lograrse a costa de los países eslavos de Europa oriental, vaciándolo de población no alemana excepto la estrictamente necesaria por motivos económicos, es decir para que trabajasen como esclavos para los alemanes.

Ya en 1933, el mismo año en que llegó al poder, Hitler retiró a Alemania de la Sociedad de Naciones, renunciando a la diplomacia pacífica como método de resolución de los conflictos internacionales.

La expansión del Tercer Reich comenzó con la reincorporación del Sarre al estado alemán en 1935. Esta región estaba bajo administración internacional, para pagar con sus ingresos las deudas de Alemania. La población del Sarre votó en referéndum volver a estar bajo el gobierno alemán.

En marzo de 1936 Hitler rompió un artículo del Tratado de Versalles al remilitarizar la orilla derecha del Rhin, es decir al colocar tropas alemanas en la frontera con Francia. El objetivo de la desmilitarización había sido evitar futuras fricciones entre ambos países.

El mismo año, en julio, comenzó la Guerra Civil Española, y Hitler aprovechó su apoyo a los militares sublevados para probar en España la tecnología militar más moderna, cosa que le había sido prohibida a Alemania en el Tratado de Versalles.

A finales de 1936 Alemania, Italia y Japón firmaron el Pacto Antikomintern, dirigido contra la URSS y todos los partidos comunistas, como una forma de reforzarse mutuamente, en un momento en el que los tres países desafiaban el orden internacional;  es decir las fronteras resultantes de la Primera Guerra Mundial.

En marzo de 1938, tras varios años de intrigas, Hitler realiza el Anschluss, la anexión de Austria al Tercer Reich. Eso significaba que los austriacos se convertían en alemanes con todos los derechos que los alemanes nativos, no era una invasión. De hecho, gran parte de la población austriaca lo aprobaba, y se realizó un referéndum para confirmarlo. Pero era algo que también prohibía otro artículo del Tratado de Versalles.

A continuación Hitler manifestó el deseo de anexionarse la región fronteriza de Checoslovaquia con Alemania. La razón para hacerlo es que la mayoría de los habitantes de esa región eran los Sudetes, alemanes étnicos que vivían en Checoslovaquia. Esta situación planteaba la agresión a otro país y por ello intervinieron Francia y Gran Bretaña.

Los gobiernos democráticos de Francia y Gran Bretaña no habían intervenido hasta ese momento porque una parte de la opinión pública de ambos países consideraba que el Tratado de Versalles había sido injusto con Alemania, y que todo lo que Hitler había hecho hasta entonces estaba justificado. Por otra parte, la mayoría de los franceses y británicos guardaban mal recuerdo de la anterior guerra mundial y no querían que se repitiera, por eso era fuerte el sentimiento pacifista.

En septiembre de 1938 tuvo lugar la Conferencia de Munich en la que Francia y Gran Bretaña autorizaban la anexión de los Sudetes para evitar una guerra, con la promesa de Hitler de que ahí acababan sus ambiciones territoriales.

Al mes siguiente las tropas alemanes invadían y anexionaban la región de los Sudetes.

Sin embargo, en marzo de 1939 las tropas alemanas invadieron el resto de los territorios checos y los incorporaron al Tercer Reich como Protectorado de Bohemia-Moravia, los territorios eslovacos se convirtieron en un estado títere de Alemania.

A partir de ese momento los estados democráticos dejaron de fiarse de Hitler aunque este planteó una última reclamación: el corredor de Danzig o el pasillo de Danzig o la franja de Danzig. Para unir el territorio de Prusia oriental con el resto de Alemania Hitler quería recuperar la ciudad de Danzig y su territorio circundante, que estaban bajo administración polaca. Polonia, apoyada por Francia y Gran Bretaña se negó. En agosto de 1939 Hitler consiguió que Stalin firmara el Pacto germano-soviético que convertía a ambos dictadores en aliados, y que repartía en secreto los territorios de Polonia y otros estados. Ello evitaría a Alemania, al menos de momento, luchar una guerra en dos frentes como había pasado en el primer conflicto mundial.

Finalmente, ante la negativa polaca a ceder, Alemania invade el país en septiembre de 1939 comenzando la Segunda Guerra Mundial.

La política expansionista de Italia en los años treinta del siglo XX

La política expansiva de Italia en los años treinta fue, en parte, el resultado de las acciones de Japón y Alemania. Los éxitos de ambos países al expandirse con poco coste militar y político animó a Mussolini a imitarlos. Aunque la retórica fascista siempre había incluido la idea de restaurar el Imperio Romano en el Mediterráneo, en los primeros diez años de gobierno fascista en Italia no se hizo nada en esa dirección.

Fue la Gran Depresión, como en Japón y en Alemania, la que impulsó al gobierno italiano hacia una política expansionista dirigida al exterior. Pero ésta, en vez de estar centrada en la obtención de materias primas y territorios, como las de Japón y Alemania, estaba centrada en conseguir prestigio internacional para el Duce, lo que supondría un reforzamiento de su imagen dentro del propio país, y en lograr una salida para el excedente demográfico italiano, país que desde hacia medio siglo era uno de los  estados europeos que más emigrantes mandaba a América.

En 1935 Italia invadió Etiopía, uno de los dos estados africanos independientes. El objetivo era en gran parte político. En 1896 Abisinia, anterior nombre de Etiopía, derrotó al ejército italiano que había intentado conquistarla, y eso fue vivido por los italianos como una humillación nacional.

La rápida conquista de Etiopía por Italia reforzó la imagen interna de Mussolini y permitió la emigración de una parte de la población italiana. Sin embargo, las críticas internacionales fueron muy fuertes y Mussolini, que inicialmente desconfiaba de Hitler y había apoyado a las democracias, acabó aliándose con Alemania. Así, en 1936 ambos países colaboraron con los rebeldes que habían iniciado la Guerra Civil Española y firmaron, junto a Japón, el Pacto Antikomintern.

En 1939 Italia invadió Albania como primer paso hacia una expansión en dirección al Mediterráneo oriental. Mussolini aprovechó que la atención internacional estaba centrada en el final de la Guerra Civil Española y en la ocupación alemana de Checoslovaquia.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial Mussolini se mostró inicialmente neutral hasta que las victorias alemanas hicieron que se declarara aliado de Hitler. La política italiana en el Mediterráneo oriental influiría en la Segunda Guerra Mundial al implicar a los alemanes en la invasión de Grecia y en la guerra en el norte de África.

 

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